El largo puente festivo restó efectivos en las calles y plazas que ahora figuran en las rutas de la movida y el botellón. Aún así, fueron llegando oleadas de jóvenes que en unos casos se acomodaban en los establecimientos y en otros llevaban acopio de envases para disfrutar de la noche al aire libre y beber combinados de más calidad y a menor precio que los que les ofrecen en los negocios convencionales. Cerca ya del amanecer se generó un ambiente de mucho ruido con algunas broncas y varios mareos, consecuencia del consumo de alcohol como forma de relación y diversión.
Es cierto que el alcohol no es exclusivo de las noches de movida o botellón. Un reciente informe de la Xunta concluye que un 45,8% de menores entre 12 y 18 años consume alcohol al menos una vez al mes y entre los 19 y 24 años el porcentaje de bebedores alcanza el 65,4%. Pero su ingesta es la peor consecuencia de esta forma de diversión, según una de las conclusiones del Congreso Luso-Galaico sobre Drogodependencias que constata que, además de alcohol, el 30% de los jóvenes también consume otras sustancias. Dicen los psicólogos que estos excesos juveniles pueden dejar efectos nocivos en el organismo que con los años se manifiestan en forma de alcoholismo y otras enfermedades.
Algunas secuelas ya están ahí: los hospitales atienden intoxicaciones etílicas y Protección Civil de Vigo traslada a sus casas a jóvenes borrachos; en la misma ciudad Alecrín denunció varios casos de agresiones sexuales y son frecuentes los accidentes de tráfico con muertes y lesiones graves.
Mientras esto sucede cada semana, parece que todos -padres, concellos, sociedad- miramos para otro lado, más preocupados por los ruidos que impiden el descanso vecinal, que también es un derecho que hay que proteger, o la basura acumulada, que por analizar el botellón como "un problema de salud" que deja tocados a muchos jóvenes, que son los recambios que mañana han de dirigir la sociedad.
Unos beben precozmente y otros emigran, dos sangrías que se llevan a una parte importante de la juventud. Esta es la verdadera amenaza que puede romper el país.
Es cierto que el alcohol no es exclusivo de las noches de movida o botellón. Un reciente informe de la Xunta concluye que un 45,8% de menores entre 12 y 18 años consume alcohol al menos una vez al mes y entre los 19 y 24 años el porcentaje de bebedores alcanza el 65,4%. Pero su ingesta es la peor consecuencia de esta forma de diversión, según una de las conclusiones del Congreso Luso-Galaico sobre Drogodependencias que constata que, además de alcohol, el 30% de los jóvenes también consume otras sustancias. Dicen los psicólogos que estos excesos juveniles pueden dejar efectos nocivos en el organismo que con los años se manifiestan en forma de alcoholismo y otras enfermedades.
Algunas secuelas ya están ahí: los hospitales atienden intoxicaciones etílicas y Protección Civil de Vigo traslada a sus casas a jóvenes borrachos; en la misma ciudad Alecrín denunció varios casos de agresiones sexuales y son frecuentes los accidentes de tráfico con muertes y lesiones graves.
Mientras esto sucede cada semana, parece que todos -padres, concellos, sociedad- miramos para otro lado, más preocupados por los ruidos que impiden el descanso vecinal, que también es un derecho que hay que proteger, o la basura acumulada, que por analizar el botellón como "un problema de salud" que deja tocados a muchos jóvenes, que son los recambios que mañana han de dirigir la sociedad.
Unos beben precozmente y otros emigran, dos sangrías que se llevan a una parte importante de la juventud. Esta es la verdadera amenaza que puede romper el país.
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