Oídas las manifestaciones de las portavoces de los dos grandes partidos se puede pronosticar que el único acuerdo al que llegarán Sus Señorías en la sesión de hoy en el Congreso va a ser "consensuar" la sentencia de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.
El país está como está, hecho unos zorros, y ante la delicada situación económica son muchos los que reclaman un pacto siquiera de mínimos de todas las fuerzas políticas para mejorar la solvencia y fortaleza de la marca España, buscar remedios para el paro y el déficit y para erradicar de la sociedad la incertidumbre y el miedo ante el futuro. Volvió a pedirlo El Rey la semana pasada: "Es hora de grandes esfuerzos y amplios acuerdos para superar juntos las graves consecuencias de la crisis".
Pero presiento que esta mañana tanto Zapatero como Rajoy, dos políticos que se desprecian, y otros portavoces, debatirán pensando más en acorralarse mutuamente para obtener réditos electorales que en encontrar juntos soluciones para los males que aquejan al país.
Tampoco es novedad, porque casi siempre transmiten esa imagen. Cualquiera que siga las sesiones semanales de control al Gobierno -también en el Parlamento gallego- llega a la conclusión de que los líderes y portavoces de los partidos viven en un mundo fantástico, desconectados de la realidad, y no son conscientes de la gravedad de los problemas de la gente que los eligió.
Dicen los manuales que gobernar es decidir y dirigir con criterio, enfrentándose a los problemas sin manipular ni falsear la realidad; sin mentir ni engañar al país. Y ejercer la oposición, además de criticar y controlar al Gobierno sin demagogias catastrofistas, implica y exige proponer alternativas creíbles y de largo alcance. La oposición ha de conseguir ser deseada, no temida.
En este momento ambos, Gobierno y oposición, deberían aunar sus fuerzas por lealtad al país. Como sigan así, unos sin tomar las medidas necesarias para recuperar un "crecimiento fuerte y duradero" y los otros quietos, sin propuestas, esperando que el Gobierno se desgaste y consuma en sus muchas torpezas, la conclusión es clara: el último que cierre la puerta y apague la luz.
El país está como está, hecho unos zorros, y ante la delicada situación económica son muchos los que reclaman un pacto siquiera de mínimos de todas las fuerzas políticas para mejorar la solvencia y fortaleza de la marca España, buscar remedios para el paro y el déficit y para erradicar de la sociedad la incertidumbre y el miedo ante el futuro. Volvió a pedirlo El Rey la semana pasada: "Es hora de grandes esfuerzos y amplios acuerdos para superar juntos las graves consecuencias de la crisis".
Pero presiento que esta mañana tanto Zapatero como Rajoy, dos políticos que se desprecian, y otros portavoces, debatirán pensando más en acorralarse mutuamente para obtener réditos electorales que en encontrar juntos soluciones para los males que aquejan al país.
Tampoco es novedad, porque casi siempre transmiten esa imagen. Cualquiera que siga las sesiones semanales de control al Gobierno -también en el Parlamento gallego- llega a la conclusión de que los líderes y portavoces de los partidos viven en un mundo fantástico, desconectados de la realidad, y no son conscientes de la gravedad de los problemas de la gente que los eligió.
Dicen los manuales que gobernar es decidir y dirigir con criterio, enfrentándose a los problemas sin manipular ni falsear la realidad; sin mentir ni engañar al país. Y ejercer la oposición, además de criticar y controlar al Gobierno sin demagogias catastrofistas, implica y exige proponer alternativas creíbles y de largo alcance. La oposición ha de conseguir ser deseada, no temida.
En este momento ambos, Gobierno y oposición, deberían aunar sus fuerzas por lealtad al país. Como sigan así, unos sin tomar las medidas necesarias para recuperar un "crecimiento fuerte y duradero" y los otros quietos, sin propuestas, esperando que el Gobierno se desgaste y consuma en sus muchas torpezas, la conclusión es clara: el último que cierre la puerta y apague la luz.
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