En el Parlamento de O Hórreo, que es la sede democrática para la confrontación, el debate y la discrepancia civilizada, son raros los acuerdos por unanimidad, como es natural.
Salvo excepciones. En el verano de 2007, los diputados aprobaron con esa unanimidad la reforma de la Ley de la Función Pública para que los altos funcionarios con dos años continuados o tres interrumpidos desempeñando el cargo perciban un complemento de "altos cargos", que convirtieron en legal, pero es una indecencia.
Estos días supimos que algunos parlamentarios cobraron gastos de desplazamiento y dietas que solo están justificados al amparo de un reglamento caduco aderezado con una dosis de picaresca. Y los portavoces de los grupos, lejos de reprobar la conducta de sus colegas y exigir responsabilidades, defienden la transparencia del mecanismo automático de cobro creado por la Cámara para compensar esos gastos y emplean el eufemismo de que se puede producir alguna "disfunción" en el sistema.
Son dos ejemplos de cómo sus señorías "cierran filas" y alcanzan el consenso en la defensa de sus intereses económicos y justifican las malas prácticas de algunos diputados que afean la conducta de todos. Aunque ahora pongan a funcionar el ventilador.
No sé si los parlamentarios se consideran bien pagados. Pero todos superan la media salarial y muchos ganan más de lo que hubieran soñado si compitieran en el mercado para acceder a un trabajo en la empresa privada. Por eso el cobro de dietas y desplazamientos empleando distintas argucias es una vergüenza, es un comportamiento indigno de los servidores públicos, no tanto por las cantidades como por lo que implica de pérdida de confianza en quienes administran nuestros recursos. En una empresa privada serían despedidos fulminantemente.
En aras de la regeneración de la vida pública y antes de que el tinglado se hunda, además de revisar estos gastos, también deberían decirnos cuánto nos cuestan los coches, los viajes, las tarjetas, los teléfonos, las comidas, los asesores y otras prebendas y caprichos en todas las administraciones. De saberlo seguro que echaríamos a correr con tanta rabia que hasta nos parecería razonable aquella pintada que decía "vota ti que a min dame a risa".
Salvo excepciones. En el verano de 2007, los diputados aprobaron con esa unanimidad la reforma de la Ley de la Función Pública para que los altos funcionarios con dos años continuados o tres interrumpidos desempeñando el cargo perciban un complemento de "altos cargos", que convirtieron en legal, pero es una indecencia.
Estos días supimos que algunos parlamentarios cobraron gastos de desplazamiento y dietas que solo están justificados al amparo de un reglamento caduco aderezado con una dosis de picaresca. Y los portavoces de los grupos, lejos de reprobar la conducta de sus colegas y exigir responsabilidades, defienden la transparencia del mecanismo automático de cobro creado por la Cámara para compensar esos gastos y emplean el eufemismo de que se puede producir alguna "disfunción" en el sistema.
Son dos ejemplos de cómo sus señorías "cierran filas" y alcanzan el consenso en la defensa de sus intereses económicos y justifican las malas prácticas de algunos diputados que afean la conducta de todos. Aunque ahora pongan a funcionar el ventilador.
No sé si los parlamentarios se consideran bien pagados. Pero todos superan la media salarial y muchos ganan más de lo que hubieran soñado si compitieran en el mercado para acceder a un trabajo en la empresa privada. Por eso el cobro de dietas y desplazamientos empleando distintas argucias es una vergüenza, es un comportamiento indigno de los servidores públicos, no tanto por las cantidades como por lo que implica de pérdida de confianza en quienes administran nuestros recursos. En una empresa privada serían despedidos fulminantemente.
En aras de la regeneración de la vida pública y antes de que el tinglado se hunda, además de revisar estos gastos, también deberían decirnos cuánto nos cuestan los coches, los viajes, las tarjetas, los teléfonos, las comidas, los asesores y otras prebendas y caprichos en todas las administraciones. De saberlo seguro que echaríamos a correr con tanta rabia que hasta nos parecería razonable aquella pintada que decía "vota ti que a min dame a risa".