No salen bien parados Zapatero y Rajoy en los sondeos del pasado fin de semana. La percepción de la gente es que los dos están tan desorientados como los espontáneos en la plaza porque no tienen un plan de acción coherente, una hoja de ruta clara para hacer la faena de desempeñar con solvencia las funciones de jefes del Gobierno y de la Oposición.
Las encuestas confirman que el presidente del Gobierno inspira poco o ninguna confianza a la mayoría de los españoles y desaprueban las medidas económicas frente a la crisis, que llegan tarde y en muchos casos responden más a la improvisación que a un cambio de rumbo necesario para reconducir los acontecimientos.
Por lo que se refiere al jefe de la oposición, obtiene peor valoración personal y malas calificaciones en el desempeño de su papel. También suspende en la gestión de los casos de presunta corrupción que su partido tiene abiertos en Valencia y Madrid, en los que no está actuando correctamente. Aún así, ganaría las elecciones si se celebraran ahora.
Seguramente desde la restauración de la democracia nunca hemos tenido al frente del país a políticos tan mediocres: un Gobierno que está agotado y noqueado por la crisis, que no sabe qué hacer para salir adelante, y una oposición que, además de que no quiere -o no puede- solucionar sus problemas internos investigando comportamientos y depurando responsabilidades, tampoco aparece como la alternativa seria, con propuestas para gobernar, más allá de la frase vacía de contenido “las cosas se pueden hacer de otra manera”.
Dicen los manuales que gobernar es conducir al país realizando reformas para resolver sus problemas y hacer oposición es fiscalizar la acción de gobierno y presentarse como alternativa proponiendo otras formas para solucionar aquellos mismos problemas. Tal como están las cosas, parece que ni unos ni otros dan ese perfil.
Todo indica que aquí se instaló la mediocridad y llegó para quedarse porque quienes gobiernan hoy y los que aspiran a hacerlo mañana tienen tan bajo perfil para gobernar como el que tenía para la canción aquel Chiquilicuatre que nos representó hace unos años en Eurovisión. Para desgracia del país tampoco cabe esperar de ellos mejores resultados.
Las encuestas confirman que el presidente del Gobierno inspira poco o ninguna confianza a la mayoría de los españoles y desaprueban las medidas económicas frente a la crisis, que llegan tarde y en muchos casos responden más a la improvisación que a un cambio de rumbo necesario para reconducir los acontecimientos.
Por lo que se refiere al jefe de la oposición, obtiene peor valoración personal y malas calificaciones en el desempeño de su papel. También suspende en la gestión de los casos de presunta corrupción que su partido tiene abiertos en Valencia y Madrid, en los que no está actuando correctamente. Aún así, ganaría las elecciones si se celebraran ahora.
Seguramente desde la restauración de la democracia nunca hemos tenido al frente del país a políticos tan mediocres: un Gobierno que está agotado y noqueado por la crisis, que no sabe qué hacer para salir adelante, y una oposición que, además de que no quiere -o no puede- solucionar sus problemas internos investigando comportamientos y depurando responsabilidades, tampoco aparece como la alternativa seria, con propuestas para gobernar, más allá de la frase vacía de contenido “las cosas se pueden hacer de otra manera”.
Dicen los manuales que gobernar es conducir al país realizando reformas para resolver sus problemas y hacer oposición es fiscalizar la acción de gobierno y presentarse como alternativa proponiendo otras formas para solucionar aquellos mismos problemas. Tal como están las cosas, parece que ni unos ni otros dan ese perfil.
Todo indica que aquí se instaló la mediocridad y llegó para quedarse porque quienes gobiernan hoy y los que aspiran a hacerlo mañana tienen tan bajo perfil para gobernar como el que tenía para la canción aquel Chiquilicuatre que nos representó hace unos años en Eurovisión. Para desgracia del país tampoco cabe esperar de ellos mejores resultados.
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