Con la cena de Nochebuena y la comida de Navidad superamos ya el primer asalto de las celebraciones navideñas que dieron comienzo oficiosamente cuando las cálidas voces de los niños de San Ildefonso cantaban la lotería, que sigue marcando el comienzo de todas las fiestas.
Son estos unos días de común callejeo, de prisas generalizadas a golpe de empujones y toque de bocinas, de grandes derroches colectivos e individuales y de esa costumbre tan generalizada que tiene su genuina expresión en los deseos de paz y felicidad.
Pese a las prisas, a veces para llegar a ninguna parte, la Navidad nos brinda una magnífica oportunidad para el sosiego en medio del trepidante ritmo de esta época convulsionada por cambios permanentes y acelerados. Porque estos días nos convidan a liberarnos de preocupaciones e inquietudes, de tristezas y angustias, a olvidar tantos asuntos pendientes para sumarnos a la alegría general.
El poeta lucense Noriega Varela supo expresar en pocas palabras el contenido y alcance de estos días de Nadal en Galicia: "Nos petruciales escanos folguémonos tras do lume, que ó cabo de centos de anos, non hai outra festa, paisanos, de máis suave perfume".
Es el suave perfume de unas fiestas arraigadas y participativas, que propician las relaciones personales y acentúan vínculos familiares, lazos de vecindad y amistad que tan bien simbolizaban aquellas reuniones y tertulias "tras do lume" en torno a la vieja lareira, hoy casi desaparecidas.
La Navidad, religiosa o laica, sostiene y sintetiza nuestra civilización. Ella alimenta el edificio de nuestra cultura colectiva de viejas tradiciones y arraigadas costumbres, de recuerdos y ausencias. En días tan intensos renace el entusiasmo para seguir caminando y contemplando la hermosura de la vida, de las cosas, el descanso o el trabajo.
Pudiera parecer que tanta ternura enlatada nos hace entrar en el trance de una gran enajenación mental individual y colectiva. Pero estas fiestas navideñas más bien nos brindan la oportunidad de establecer una tregua, tan necesaria frente a la realidad prosaica. Si no existieran, habría que inventarlas.
Son estos unos días de común callejeo, de prisas generalizadas a golpe de empujones y toque de bocinas, de grandes derroches colectivos e individuales y de esa costumbre tan generalizada que tiene su genuina expresión en los deseos de paz y felicidad.
Pese a las prisas, a veces para llegar a ninguna parte, la Navidad nos brinda una magnífica oportunidad para el sosiego en medio del trepidante ritmo de esta época convulsionada por cambios permanentes y acelerados. Porque estos días nos convidan a liberarnos de preocupaciones e inquietudes, de tristezas y angustias, a olvidar tantos asuntos pendientes para sumarnos a la alegría general.
El poeta lucense Noriega Varela supo expresar en pocas palabras el contenido y alcance de estos días de Nadal en Galicia: "Nos petruciales escanos folguémonos tras do lume, que ó cabo de centos de anos, non hai outra festa, paisanos, de máis suave perfume".
Es el suave perfume de unas fiestas arraigadas y participativas, que propician las relaciones personales y acentúan vínculos familiares, lazos de vecindad y amistad que tan bien simbolizaban aquellas reuniones y tertulias "tras do lume" en torno a la vieja lareira, hoy casi desaparecidas.
La Navidad, religiosa o laica, sostiene y sintetiza nuestra civilización. Ella alimenta el edificio de nuestra cultura colectiva de viejas tradiciones y arraigadas costumbres, de recuerdos y ausencias. En días tan intensos renace el entusiasmo para seguir caminando y contemplando la hermosura de la vida, de las cosas, el descanso o el trabajo.
Pudiera parecer que tanta ternura enlatada nos hace entrar en el trance de una gran enajenación mental individual y colectiva. Pero estas fiestas navideñas más bien nos brindan la oportunidad de establecer una tregua, tan necesaria frente a la realidad prosaica. Si no existieran, habría que inventarlas.