Las crisis provocan efectos perversos. Ponen al descubierto lo que se ha hecho, lo que se hace mal, y eso es bueno, en términos bíblicos. Pero también ponen en evidencia las más primarias conductas del hombre. Cuando no se encuentra una salida fácil -porque generalmente no las hay-, parece que cualquier camino es válido con tal de llegar a la meta. Y eso no es cierto. No todos los caminos valen para conseguir lo que debemos alcanzar. Por ejemplo, no se puede salir de una crisis haciendo caso omiso de los principios más elementales de la convivencia democrática, como puede ser el imperio de la ley, el principio de igualdad o el de solidaridad.
Es difícil mantener la cabeza fría, lo sé. Cualquiera puede entenderlo cuando ve a esos miles de ancianos despojados de sus ahorros, a la mitad de los jóvenes buscando su primer empleo, que se contentan con el sueldo base y dan gracias a dios por ello, a las familias que tienen que acudir a la ayuda de los abuelos... ¿Quién no va a entenderlo? Pero la diferencia entre un hombre con razón y la razón de un hombre es que el primero sabe mantener el discurso lógico.
Pero la única forma de salir de esta situación es arreglar lo que hay que arreglar, aunque eso suponga refundar instituciones y cambiar leyes. No al margen de la ley. No es tolerable ni tiene disculpa alguna que se pueda obrar haciendo tabla rasa de lo poco que aún podemos conservar. Intolerable e injustificable.
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