El miércoles pasado se celebró en el Parlamento la sesión de control al Gobierno. Comparecían sus señorías tras el parón vacacional y había expectación por ver el primer cara a cara del año entre el presidente de la Xunta y los líderes de las otras dos formaciones políticas que preguntaban sobre el paro.
La sesión se desarrolló de acuerdo con el guión previsto. Los portavoces de la oposición recordaron los datos de crecimiento del paro del que responsabilizaron al gobierno y fueron especialmente duros con el presidente al que reprocharon su inacción, su pasividad y su huída ante tanta pérdida de empleo con la que fustigaba al gobierno bipartito cuando estaba en la oposición. Al presidente se le veía incómodo y se defendió como pudo porque los datos reflejan un aumento singular del número de parados en Galicia y son demoledores. Fueron treinta minutos de refriega dialéctica que concluyeron con caras de satisfacción de los líderes de la oposición, que ese día acorralaron al jefe del gobierno con la complacencia de sus bancadas, que aplaudieron fervorosamente.
Es verdad que las sesiones de control forman parte de la dinámica parlamentaria pero se equivocan los diputados, tanto del Gobierno como de la oposición, si piensan que estos duelos dialécticos son el remedio para infundir un poco de esperanza a los 245.000 parados que hay en Galicia. Estas interpelaciones parlamentarias seguramente sirven para el lucimiento de los protagonistas, pero no crean un puesto de trabajo, ni evitan el cierre de una empresa, ni llevan ánimos a un parado.
En aquella media hora escasa los líderes de la oposición, muy en su papel, se limitaron a culpar al gobierno del aumento del paro y el presidente se defendió como pudo, buscando excusas poco convincentes. Pero a ninguno de los tres se le ocurrió proponer, al menos, abrir una mesa de trabajo para buscar juntos algún remedio al desempleo, que es el principal problema de Galicia.
Por eso, las sesiones de control con este formato son perfectamente prescindibles. Salvo que quieran mantenerlas como un espectáculo quincenal para ver como sus señorías se zurran la badana en “su Galicia parlamentaria” sin que aporten una sola idea para solucionar los problemas de la otra Galicia, la real, que sigue desangrándose por la pérdida de miles de empresas y empleos.